abajolamonarquia

Alguien dijo, y muchos repetimos, que la revolución no será/sería televisada. Y así es, mal que nos pese y/o angustie.

El poder neofranquista español ha llegado a cristalizar tanto a lo largo de casi cuarenta años, con una «Transición» que fue un negocio, una transacción, una componenda cutre con aromas de rabiosa innovación, cuando poco más que reformismo oportunista fue.

El transcurso del tiempo ha complicado mucho más las cosas para la resistencia popular de lo que pudiera pensarse con una fallida lógica. Las teconologías de la inteligencia y contrainteligencia, el efecto pernicioso de unos medios masivos de comunicación pisoteadores de la educación, la cultura y aun del deporte. Sí, el deporte saludable, justamente competitivo y enriquecedor social, porque lo han prostituido y corrompido hasta arrebatarle casi toda su esencia. No me refiero sólo al balompié al subrayar esto.

La consagración del consumismo como religión oficiosa, prácticamente oficial, nos hace día a día más esclavos, más infelices, más inhumanos. La cooperación, la generosidad y la idea de la colectividad como valor superior a un decadente individualismo pueril pertenecen a mundos paralelos que se alejan de nosotros como no deja de expandirse el Universo (según nos aseguran los astrofísicos).

El Estado español no ha levantado cabeza desde la putada del 36. El Frente Popular no resucitó tras la muerte del asesino, cuya vida no física continuó en el institucionalismo burgués hiperreaccionario que no respeta realmente la diversidad de los pueblos, la justicia social, la independencia, la soberanía y el poder de la clase trabajadora.

Francisco Franco fue un monarca sin corona, que nos legó a la fuerza al miembro de una familia que defenestró con justicia el texto constitucional de la derribada con sangre Segunda República Española. Juan Carlos I, medio Papa, medio Generalisimo, goza de una inmerecida irresponsabilidad ante la Ley y la «Justicia», prerrogativa que no alcanza jurídicamente a la Infantísima hija Cristina de Borbón y Grecia, casada con el yernísimo pegabraguetazos que recibió un título ducal que no le desfavorece, puesto que la aristocracia hispana no ha destacado nunca (alguna excepción ha habido, sí) por su honradez, decoro u odio a los preciosos y viles metales de toda la vida.

La dominante prensa del régimen no propende en los últimos tiempos a deshacerse en alabanzas hacia la Casa Real y su entorno. Además, el destape desaforado de escandalosos casos de ex tesoreros de partidos políticos, concejales, alcaldes, presidentes autonómicos, famosillos de diverso pelaje, etcétera, no está pensado para galvanizar a desahuciados, despedidos, desatendidos o emigrantes y exiliados potenciales, sino para recordarnos en voz queda y mucha guasa que continúa todo tan bien atado que si nos movemos un poco, se tronchan de la risa; y que si coordinadamente decidimos armar la marimorena, nos vamos a enterar por qué hay bases yanquis en Rota y en Morón, así como Embajada imperial en Madrid.

Nos machacan el coco con lo de nuestra supuesta europeidad, modernidad, democracia representativa y libertad en costumbres, a pesar de la pastaza que ingresa la Iglesia Católica hispánica cada ciclo de doce meses. Nos drogan y demasiados no saben que están drogados cual toros medio bravos en cosos de tortura y muerte.

¿Caerá la Monarquía? Sí, necesariamente. El primer posfranquismo está agotado; tiene los días contados, y los poderosos «guardianes de la libertad» que lavaron la cara a España a partir, sobre todo, de 1976, necesitan echar abajo otro icono al que llegaron en exceso a endiosar década tras década.

El mensaje cuasicifrado es el siguiente: el viejo Borbón debe hibernar, dar paso al futuro Felipe VI, al que se presentará, junto con su cónyuge, como un dechado de virtudes en forma de aire juvenil y fresco. No se va sino hacia la segunda Transacción, tan gatopardiana como la otra.

Si queremos República federal, socialista, abierta a la autodeterminación de las nacionalidades que lo deseen, tal proyecto, grande y pendiente, no perdido ni aun en momentos como éstos, en que la desesperanza se asienta con o sin discreción entre nosotros, lo traeremos los de abajo, por la fuerza, conscientes de la dirección por la que queremos andar, hacia un destino que, ojalá, no nos lo arrebaten los avariciosos una vez que sea nuestro, y lo sea con la intención nuestra de no volver a verlo malogrado.

¡Salud!

ReyLeon